12.1.09



Sus manos frías y sudorosas, su cabello agitándose con la brisa, su piel que había adquirido un tinte azul como si la noche se hubiera calado debajo de esta, su cuerpo casi inmóvil exeptuando por su pecho que bajaba y subía sin apuros, pero con dificultad, que le demostraba que estaba vivo y que respiraba como todos los demás. Y Sus ojos, esos ojos verdes que fosforecían a la luz de la luna y eran el único color ajeno de aquella melancólica escena.

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